Javier Montes Sánchez. Los chicos de CICLISMO A FONDO, coincidiendo con la cita de una "kedada" que organizaron desde el Foro de la página web, el pasado 15 de mayo de 2010 un nutrido grupo de cicloturistas realizaron el recorrido que nos proponen junto a este texto.
A lo largo de 140 kilómetros en los que, superando más de 1.850 metros de desnivel, se atraviesan los puertos del Serrablo y Cotefablo, se puede recorrer, además de gran parte de la comarca natural del Serrablo, el Sobrarbe y la cabecera del Valle de Tena. No es un recorrido donde se atraviesan cotas de gran altura, en ningún momento se circula por encima de los 1.500 metros, pero lo quebrado del perfil aporta un grado de exigencia de cierta envergadura que requiere de una preparación física mínima para disfrutarlo.
Sabiñánigo, kilómetro cero. Sin ningún género de duda esta villa se ha convertido en los últimos años en la capital del cicloturismo de nuestro país. La acumulación de actividades ciclistas, entre las que destacan las marchas Quebrantahuesos y Treparriscos, junto con un buen número de eventos deportivos de gran calado, así lo han provocado. El seleccionar esta localidad para comenzar y terminar la ruta no es casual, ya que su buena oferta hostelera permite elegir entre un completo catálogo de establecimientos, de todos precios y categorías, para utilizarla de campamento base. Desde el centro de Sabiñánigo hay que dirigirse a la carretera nacional 330, en dirección a Huesca, para comenzar la ruta. Los primeros kilómetros son suaves, con tendencia descendente, hasta llegar al cruce de Ipiés, donde aparece a nuestro frente una prolongada rampa que, una vez metidos en faena, es menos dura de lo que aparentaba. Al llegar a lo más alto la carretera desciende, de manera vertiginosa, en busca del cruce de la carretera de Boltaña, a la que accedemos en menos de un kilómetro, realizando una raqueta que nos facilitará el atravesar la N-330. Hasta este punto el tráfico es frecuente pero, una vez dentro de esta pintoresca carreterilla, nos encontraremos con muy pocos vehículos motorizados.
Desde que abandonamos la carretera nacional el perfil es ascendente, pero de manera muy progresiva y con rampas que, en muy contadas ocasiones, pasan del 2% de inclinación. Acompañados a nuestra derecha por el recoleto río Guarga, enseguida atravesamos el pintoresco Molino Villobas; la pendiente empieza a ganar porcentaje, pero de manera muy suave hasta que, atravesada la localidad de Laguarta, nos enfrentamos con media docena de kilómetros de dureza notable, aunque no en exceso. Hasta cuatro cumbres debemos atravesar antes de que lleguemos junto al cartel que marca el paso del Puerto del Serrablo (1.291 m). La carretera comienza a descender de manera contundente, pero no debemos dejarnos llevar por la emoción de la velocidad y pasar por alto el paisaje que nos rodea. A nuestra derecha el horizonte está roto por las múltiples cumbres de la sierra de Aineto y al frente nos topamos con los espectaculares farallones rocosos de la Peña Montañesa, el Turbón y el macizo de Cotiella y muy pronto, en días despejados, aparecerán a nuestra izquierda los picos más representativos de Ordesa.
El descenso del puerto de Cotefablo, a medida que nos acercamos al valle, se vuelve más vertiginoso: hay que tomar buena nota de esta eventualidad por si en alguna ocasión realizamos la ruta en sentido inverso al que proponemos en este texto. La comodidad se termina al desembocar en la carretera nacional 260, justo a un kilómetro del centro de la población de Boltaña, que abandonaremos a nuestra derecha si no pretendemos avituallarnos y tomar unos momentos de descanso. Ahora tenemos por delante 29 kilómetros de recorrido, a través del valle de Broto, hasta que desemboquemos en su villa homónima, circulando por una peculiar depresión fluvial que nos regala paisajes como el de la población de Jánovas, semi anegada por un embalsamiento realizado a mediados del siglo pasado en el curso del río Ara, cuyas escandalosas aguas nos acompañan de continuo en la margen izquierda de la carretera por la que pedaleamos. Este tramo está plagado de toboganes, con tendencia más ascendente que descendente, y llegaría a resultar monótono de no ser por los pintorescos rincones que vamos a travesando: Lacort, Javierre, Arresa, Fiscal, Asín, Sarvisé? hasta llegar a Broto, población sacada como de una postal para marcarnos el comienzo del puerto de Cotefablo.
Entre praderas frondosas, la carretera describe varias curvas en herradura, lo que nos permite disfrutar de la belleza del valle de Broto a nuestros pies, aunque la vista se hechiza enseguida por los paredones de roca que se descuelgan desde las cumbres de Ordesa y el Monte Perdido que vemos a nuestro frente. Enseguida llegamos al cruce del Parque Natural (Torla), continuando por nuestra izquierda en dirección a Biescas. Las peores rampas del puerto en el que estamos enredados van quedando atrás, pudiendo incluso disfrutar de tramos llanos al atravesar las localidades de Viu y Linas de Broto, donde pasaremos junto a la espectacular iglesia románica de San Miguel, que destaca por su esbelta torre aspillerada y matacán del siglo XVI, con la sierra de la Tendeñera al fondo. El final del puerto de Cotefablo está cerca, aunque la pendiente vuelve a incrementarse de manera más notable que preocupante, hasta que desemboquemos en la entrada del túnel que lleva su mismo nombre. Alcanzada la cota de 1.423 metros se terminan las pendientes hasta regresar al punto de salida. El túnel, de un kilómetro de longitud, está iluminado, pero hay que extremar las precauciones ya que, en 1989, (entonces no había luz artificial en el interior) fue célebre por el accidente que sufrió el ciclista alemán Reimund Dietzen, al sufrir una caída que casi le cuesta la vida.
Cuando regresamos a la luz natural, el paisaje ha cambiado por completo: ahora un espeso pinar cubre los márgenes de la carretera, aunque la sucesión de curvas que salvan vaguadas y barrancos (espectacular el denominado "del Infierno") mantendrán ocupada toda nuestra atención. Yésero, Gavín y Biescas son las siguientes referencias que encontraremos a nuestro paso, hasta que desemboquemos en la carretera que desciende desde la frontera francesa. Este punto es peligroso; es importante incorporarnos a la nueva vía poniendo mucha atención para evitar sustos. Tan sólo 15 kilómetros nos separan de nuestro punto de partida, en su práctica totalidad descendentes, aunque estamos pedaleando por el centro de un valle y es fácil que, en días ventosos, podamos enfrentarnos con una fuerte brisa de cara que nos amargue los minutos finales de la ruta.
A lo largo de 140 kilómetros en los que, superando más de 1.850 metros de desnivel, se atraviesan los puertos del Serrablo y Cotefablo, se puede recorrer, además de gran parte de la comarca natural del Serrablo, el Sobrarbe y la cabecera del Valle de Tena. No es un recorrido donde se atraviesan cotas de gran altura, en ningún momento se circula por encima de los 1.500 metros, pero lo quebrado del perfil aporta un grado de exigencia de cierta envergadura que requiere de una preparación física mínima para disfrutarlo.
Sabiñánigo, kilómetro cero. Sin ningún género de duda esta villa se ha convertido en los últimos años en la capital del cicloturismo de nuestro país. La acumulación de actividades ciclistas, entre las que destacan las marchas Quebrantahuesos y Treparriscos, junto con un buen número de eventos deportivos de gran calado, así lo han provocado. El seleccionar esta localidad para comenzar y terminar la ruta no es casual, ya que su buena oferta hostelera permite elegir entre un completo catálogo de establecimientos, de todos precios y categorías, para utilizarla de campamento base. Desde el centro de Sabiñánigo hay que dirigirse a la carretera nacional 330, en dirección a Huesca, para comenzar la ruta. Los primeros kilómetros son suaves, con tendencia descendente, hasta llegar al cruce de Ipiés, donde aparece a nuestro frente una prolongada rampa que, una vez metidos en faena, es menos dura de lo que aparentaba. Al llegar a lo más alto la carretera desciende, de manera vertiginosa, en busca del cruce de la carretera de Boltaña, a la que accedemos en menos de un kilómetro, realizando una raqueta que nos facilitará el atravesar la N-330. Hasta este punto el tráfico es frecuente pero, una vez dentro de esta pintoresca carreterilla, nos encontraremos con muy pocos vehículos motorizados.
Desde que abandonamos la carretera nacional el perfil es ascendente, pero de manera muy progresiva y con rampas que, en muy contadas ocasiones, pasan del 2% de inclinación. Acompañados a nuestra derecha por el recoleto río Guarga, enseguida atravesamos el pintoresco Molino Villobas; la pendiente empieza a ganar porcentaje, pero de manera muy suave hasta que, atravesada la localidad de Laguarta, nos enfrentamos con media docena de kilómetros de dureza notable, aunque no en exceso. Hasta cuatro cumbres debemos atravesar antes de que lleguemos junto al cartel que marca el paso del Puerto del Serrablo (1.291 m). La carretera comienza a descender de manera contundente, pero no debemos dejarnos llevar por la emoción de la velocidad y pasar por alto el paisaje que nos rodea. A nuestra derecha el horizonte está roto por las múltiples cumbres de la sierra de Aineto y al frente nos topamos con los espectaculares farallones rocosos de la Peña Montañesa, el Turbón y el macizo de Cotiella y muy pronto, en días despejados, aparecerán a nuestra izquierda los picos más representativos de Ordesa.
El descenso del puerto de Cotefablo, a medida que nos acercamos al valle, se vuelve más vertiginoso: hay que tomar buena nota de esta eventualidad por si en alguna ocasión realizamos la ruta en sentido inverso al que proponemos en este texto. La comodidad se termina al desembocar en la carretera nacional 260, justo a un kilómetro del centro de la población de Boltaña, que abandonaremos a nuestra derecha si no pretendemos avituallarnos y tomar unos momentos de descanso. Ahora tenemos por delante 29 kilómetros de recorrido, a través del valle de Broto, hasta que desemboquemos en su villa homónima, circulando por una peculiar depresión fluvial que nos regala paisajes como el de la población de Jánovas, semi anegada por un embalsamiento realizado a mediados del siglo pasado en el curso del río Ara, cuyas escandalosas aguas nos acompañan de continuo en la margen izquierda de la carretera por la que pedaleamos. Este tramo está plagado de toboganes, con tendencia más ascendente que descendente, y llegaría a resultar monótono de no ser por los pintorescos rincones que vamos a travesando: Lacort, Javierre, Arresa, Fiscal, Asín, Sarvisé? hasta llegar a Broto, población sacada como de una postal para marcarnos el comienzo del puerto de Cotefablo.
Entre praderas frondosas, la carretera describe varias curvas en herradura, lo que nos permite disfrutar de la belleza del valle de Broto a nuestros pies, aunque la vista se hechiza enseguida por los paredones de roca que se descuelgan desde las cumbres de Ordesa y el Monte Perdido que vemos a nuestro frente. Enseguida llegamos al cruce del Parque Natural (Torla), continuando por nuestra izquierda en dirección a Biescas. Las peores rampas del puerto en el que estamos enredados van quedando atrás, pudiendo incluso disfrutar de tramos llanos al atravesar las localidades de Viu y Linas de Broto, donde pasaremos junto a la espectacular iglesia románica de San Miguel, que destaca por su esbelta torre aspillerada y matacán del siglo XVI, con la sierra de la Tendeñera al fondo. El final del puerto de Cotefablo está cerca, aunque la pendiente vuelve a incrementarse de manera más notable que preocupante, hasta que desemboquemos en la entrada del túnel que lleva su mismo nombre. Alcanzada la cota de 1.423 metros se terminan las pendientes hasta regresar al punto de salida. El túnel, de un kilómetro de longitud, está iluminado, pero hay que extremar las precauciones ya que, en 1989, (entonces no había luz artificial en el interior) fue célebre por el accidente que sufrió el ciclista alemán Reimund Dietzen, al sufrir una caída que casi le cuesta la vida.
Cuando regresamos a la luz natural, el paisaje ha cambiado por completo: ahora un espeso pinar cubre los márgenes de la carretera, aunque la sucesión de curvas que salvan vaguadas y barrancos (espectacular el denominado "del Infierno") mantendrán ocupada toda nuestra atención. Yésero, Gavín y Biescas son las siguientes referencias que encontraremos a nuestro paso, hasta que desemboquemos en la carretera que desciende desde la frontera francesa. Este punto es peligroso; es importante incorporarnos a la nueva vía poniendo mucha atención para evitar sustos. Tan sólo 15 kilómetros nos separan de nuestro punto de partida, en su práctica totalidad descendentes, aunque estamos pedaleando por el centro de un valle y es fácil que, en días ventosos, podamos enfrentarnos con una fuerte brisa de cara que nos amargue los minutos finales de la ruta.