Gonzalo Silio. Tenía 20 años, llevaba rodando desde hace seis u ocho. Quizás, no. Quizás acababa de comenzar a montar hace poco. Quizás hubiese descubierto la bicicleta no más de dos años atrás. O a lo mejor llevaba desde pequeño a imagen y semejanza de su padre o de algún hermano. La verdad es que no lo sé, pero sí sé que tenía 20 años, y que era ciclista.
Aventuro que estaba contento, que le apetecía correr en Cantabria. Que aprovecharía la prueba para visitar el mar y disfrutar de la playa. Igual para descubrir alguna nueva, puede que Prellezo o la playa del Sable. No lo sé, pero me lo imagino. Puede que no, que tuviese que regresar nada más acabar la prueba, pero esto tampoco lo sé.
Lo que sí sé es que comenzó la prueba, con ganas, disfrutando del hermoso día que le había ofrecido el verano. Día de sol blanco que seca el húmedo verde de la tierra cántabra. Pronto notaria la ausencia de humedad en las carreteras de Carmona. Cuyas rampas se hacían duras mientras el calor era repelido por el asfalto. Que ni es verde, ni húmedo. No estaba rodando bien, pero tenía 20 años. Había madrugado mucho para esta carrera y no había venido a pasear. Iba a darlo todo, él no sabía aún hasta que punto iba a ser así.
Poco a poco cada pedalada se le hacía más costosa, el ritmo ya no le marcaba, sino que le vislumbraba a lo lejos. Cada rampa le parecía la misma, todas interminables, todas igual de duras. El calor, cada vez más sofocante y la meta siempre lejos. “He cumplido” debió pensar, “hasta aquí he llegado” y se retiró.
Bajó el ritmo, subió de piñón, se puso a disfrutar. De repente el calor dejo de ser agobiante y le pareció un día perfecto. Él había cumplido, hacia un buenísimo y el paisaje era precioso: escarpadas montañas al borde del mar. Un sábado perfecto. Solo esperaba poder ir a la playa a recuperar…a ver que decía el patrón. Pero, también puede que no fuese así, sino que tuviese que retirarse por una pájara. Pájara que le tenía al borde de sus fuerzas y solo pensase en regresar a casa a descansar.
No lo sé, ni me importa. Lo que sí sabemos es que tomó una curva, una curva de esas interminables del Alto de Carmona. Que parecen que nunca se acaban y que él nunca pudo acabar.
Quizás el Terrano verde tenía mucha prisa, llegaba tarde a comer, o quería ir luego a la playa. Igual le estaban esperando para el café. O simplemente siempre conducía así, como si nadie, ni nada pudiese pararlo, como si nada se interpusiese en su camino. Quiero pensar que fue un descuido, un CD, un cigarro, una mirada a los niños, un estornudo. Pero muchas veces conducimos como si estuviésemos solos, como si no fuese un peligro llevar más de una tonelada a más de 60 km/h.
Es posible que el Terrano entrase limando espacio en las curvas, buscando no perder velocidad en los cambios, buscando llegar unos ¿minutos?, ¿segundos?…un poco antes. Así fue, llegó sin demora. A pesar de que si se le interpuso algo en su camino, a pesar de que tuvo que aminorar llegó sin retrasos. Porque no se detuvo.
Solo sé de él que era ciclista abulense de 20 años. No sé si fue testigo de lo cerca que tenía el Terrano, ni sí pudo ver con impotencia como se alejaba el mismo Terrano después de abatirle. No sé si pudo ser testigo de que era otra víctima. No la primera, ni la última, sino otra más.
Si sé que se quedo despojado de su mayor riqueza, de todo lo que había cosechado en 20 años, de todo lo que no había tenido tiempo de tener y todo lo que había soñado pedalear.
Al menos, gracias algún compañero sabemos que era un Terrano verde. Al menos sabemos algo de lo que ocurrió. Nada nuevo, nada que no se pueda evitar, nada que no sigamos asumiendo como una fatalidad del destino. Y no, como una inconsciencia y temeridad de nuestra forma de vida, de nuestra forma de ir y venir. Quizás tengamos suerte y el Terrano verde asuma su responsabilidad. Pero, quizás no sea así y nunca sabremos más de lo que sabemos que tenía 20 años, que era de Ávila y que ya no es ciclista, Víctor Jiménez Garcinuño. Descansa en paz.